Wall Street, el dinero nunca duerme (Oliver Stone, 2010)

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Emilio Santín Piñeiro
Reconozco el escepticismo que sentí al conocer que un director que había conocido tiempos mejores como Oliver Stone iba a realizar la segunda parte de una de sus mejores películas. Únicamente un dato invitaba al optimismo: a pesar de los altibajos de su carrera siempre había mantenido una coherencia en su actitud crítica para con las debilidades de su país. El saber introducir su mensaje dentro de una historia bien contada (y no al revés como se pretende en ocasiones) sólo está al alcance de los buenos cineastas y con esta segunda parte de Wall Street Oliver Stone ha vuelto a demostrar que lo es.

Nacido en New York el 15 de septiembre de 1946, Oliver Stone pertenece a ese grupo de directores que inician su andadura por la dirección tras una intensa biografía personal -marinero de marina mercante, taxista o mensajero fueron algunos de sus trabajos previos- y en los que sus experiencias personales marcarán en gran medida algunas de sus (casualmente o no) mejores películas. En su caso destacan sobremanera dos hechos: la influencia de su padre que trabajaba como agente de bolsa y su experiencia en la guerra de Vietnam.

Sus primeros éxitos serían como guionista de películas notables, destacando la experiencia de El expreso de medianoche (1978), donde aparte de ganar su primer Óscar sintió la humillación de que su director (Alar Parker) ni siquiera le dejara estar en el plató del rodaje. Su gran año llegaría en 1986, tras estrenar la que él considera su primera película (la estimable Salvador) consigue también finalizar la película que cambiaría su vida, Platoon, en la que narraba buena parte de sus experiencias en la guerra y que supuso uno de los mayores éxitos de crítica y público de su década. Al año siguiente vendría Wall Street, parábola sobre la ambición en el mundo de los negocios y que hoy día continúa siendo una de sus mejores películas. En las décadas siguientes realizaría diversas películas con suerte dispar, destacando su labor dirigiendo documentales (fruto de su ideología claramente progresista y en ocasiones directamente de izquierdas), algunos de los cuales levantarían ampollas en su país. A pesar de ese estatus de director-estrella (3 Óscars y 5 Globos de Oro lo corroboran) Oliver Stone llevaba varios años sin mostrarnos una película a la altura de su indudable talento. Es en este contexto donde nos llega Wall Street: el dinero nunca duerme, una película que parecía un intento agónico de conseguir un éxito recurriendo a lo fácil, repetir de nuevo lo que ya antes funcionó. La película tiene evidentes paralelismos con la primera en especial uno: la ambición y la codicia como motores de los personajes. Lo que podría ser una simple copia se convierte en algo más gracias a un gran acierto de guión: situar la trama en el corazón de la actual crisis económica explicando su génesis y consecuencias aún hoy imprevisibles. Jake Moore (Shia LaBeouf) es un corredor de bolsa cuya novia Winnie (Carey Mulligan) es una joven idealista hija del otrora poderoso tiburón de las finanzas Gordon Gekko (Michael Douglas) que tras varias años en la cárcel sobrevive (bastante bien) gracias a conferencias y a las ventas de su libro. Las vidas de Jake Moore y Gordon Gekko se cruzarán, embarcándose en una alianza que pondrá a prueba las prioridades y principios de ambos. A pesar de la moralina, en ocasiones incluso fácil principalmente por los personajes de Jake y Winnie, que desprende la película se compensa sobradamente por múltiples aciertos que incluyen varios guiños cinéfilos y permiten al espectador disfrutar de un entretenimiento continuo aderezado con las miserias y múltiples zancadillas del, por muchos envidiado, mundo de Wall Street. Una mezcla de diversión y cursillo acelerado de economía que se agradecen para digerir tanto la vida diaria como las noticias económicas con las que nos apabullan cada día.

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Etiquetas: De cine