Gracias, por Raúl Pérez

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Lo primero que se me vino a la cabeza fue ese momento cuando mi padre, en esa infancia en que todo te supera y es motivo de atención, nos comentó en una mañana de Jueves Santo que nos fuéramos preparando porque esa noche dormiríamos poco, por la sencilla razón que íbamos a coger el 32. Primera pregunta: ¿Qué es el 32? Respuesta: El autobús que nos llevará cerca de la Plaza de la Encarnación para ver la Madrugá. Mi primera experiencia se estaba fraguando. Cómo era posible que de noche funcionaran los autobuses. Segunda pregunta: ¿Quién es ese señor que va sentado detrás si el volante va delante? Respuesta: Ese señor es el cobrador y te va a dar un billete para que puedas viajar en él. Nos pusimos en la parte delantera del autobús, ya estaba ubicado, sonó un timbre y vi cómo el conductor cogía de una cajita pequeña, que tenía seis rayas, una bola negra en lo alto y otra como para tirar de ella pero sólo se apoyaba, la desplazó hacia la izquierda y hacia arriba, y el 32 empezó a moverse. Me puse pegado a la ventanilla, durante el trayecto esa ventana me dio la posibilidad de observar los diferentes barrios de Sevilla, la cantidad de gente que subía en cada parada. Estaba encantado, no paraba de preguntar cómo se llamaba esta plaza (Gran Plaza), ese edificio de esquina tan grande (la Fábrica de la Cruzcampo), a cada pregunta fui correspondido por todas las explicaciones de mi padre. Siempre le estaré agradecido a la línea 32 porque me dio la posibilidad de conocer la Madrugá.

Mi madre, asidua al bonobús, siempre tenía un acompañante a su lado: yo. No me perdía la posibilidad de acompañarla en cualquier momento, escuchaba a mi madre decir tengo que ir al centro a comprar botones, telas, para el traje de novia que tengo entre manos. Como gran modista que es, se surtía de todos los complementos de las distintas tiendas del centro, y allá que iba yo con ella. No sé si es mejor coger el 25, el 26 o el 32, repetía ella, pero a mí me daba igual, simplemente quería conocer las distintas rutas de Sevilla. Me resultaba tan interesante cada trayecto, cada persona que subía al autobús, cada saludo de mi madre a alguien conocido, cada conversación de cualquiera sobre si era más conveniente bajarse en ésta o en la otra por la proximidad al destino de cada uno...

Cada trayecto era como si fuera al cine, me sentaba en mi butaca atento a todo a los trailers de la vida cotidiana de ese film que se estaba rodando en ese mismo instante, los diálogos perfectamente estructurados, los decorados de la ciudad de Sevilla. El final de cada una de las películas siempre era el mismo, la parada.

Otra de las peculiaridades que viví en el transporte urbano era que cada vez que regresábamos hacia el barrio, se llamaba Microbús. Cuando todo el mundo estaba sentado entonces arrancaba, una vez lleno no paraba nunca hasta que alguien lo solicitaba, era un poco más caro pero arañabas tiempos de espera. El conductor había veces que te permitía estar de pie con la condición de que te bajaras en la siguiente parada. Era muy cómodo, asientos confortables, en las paradas cuando pasaba de largo la gente miraba con recelo y tenía la sensación que todo el mundo me conocía, siempre con la mano levantada al paso del microbús, mi madre me saco la duda, era al microbús. Me gustaba porque era un servicio con muchas ventajas.

Está claro que el servicio público de transporte en mi adolescencia sirvió como medio hacia un deporte que poco a poco me fue impregnando de interés, el baloncesto. Durante dos años y medio, cinco días a la semana, en las líneas 25 o 26 me desplazaba hasta la Plaza Nueva, y ahí estaba yo creciendo en centímetros poco a poco hasta llegar a los 1’97, esas abuelas mirándome de arriba abajo, comentarios de todo tipo, dándome con los barrotes cada dos por tres con el fin de llegar luego andando hasta la calle Trastamara, con mi bolsa de deportes, hasta llegar al Club Natación de Sevilla donde inicié mi carrera como deportista. Fui creciendo como jugador, me vio el “Caja” y me cedió al C. B. Coria. Hora de entrenamiento en Coria, las 18:00 horas. Salida de casa, las 15:45 hacia la Plaza Nueva, enlazar con el autobús de Coria... Así tuve contacto con otras líneas de transporte, las del Consorcio de Transportes, y fueron otras nuevas sensaciones, ir conociendo gente nueva, más amigos de viajes donde me fui dando cuenta de las inquietudes, de experiencias particulares, involucrándome en los sentimientos del pueblo coriano. En las muchas horas de compartir cosas en esos asientos me fueron conociendo y me involucraba cada vez más en ese medio de transporte, el autobús. Llegaba a casa sobre las 22:45, cansado, apostando y siendo consciente de que tenia que tener como aliado a este medio de transporte.

No puedo más que decir una palabra a todos los autobuses que me iniciaron y ayudaron en mi carrera de deportista del mundo de la canasta: Gracias.



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